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AVENTURAS DE JUANITO Y SU PERRO CENTAURO (1997)



CENTAURO Y EL GENERAL

M

i lápiz salió a pasear. Tenía puesto su traje azul y su sombrero de copa. No me dijo a dónde iría; por eso he quedado un tanto preocupado. Tal vez de tan tanto caminar, se canse y se pierda. No es que sea olvidadizo. Siempre me ha cumplido cuando lo he necesitado. Pero suele hablar mucho hasta llegar a perder su memoria por completo. Cuando esto sucede necesita un nuevo corazón. Entonces late fuerte, muy fuerte y al oxigenarse sus pulmones va recobrando la memoria. Primero lentamente hasta que ya es una persona normal otra vez. Bueno, no debí decir persona, porque en realidad yo soy la persona y él, un objeto. Yo soy su cerebro, pero la comparación vale, por supuesto

En la pieza no se encuentra, tampoco en el baño, ni en el patio. La casa no es tan grande, pero temo que esté escondido en algún rincón. Me juega una broma, estoy seguro. Ya verá cuando lo encuentre. Lo tendré en mis mano y lo estrujaré para que me cuente toda la verdad. ¿Dónde has estado, maldito? ¡Mientes! ¡Mientes, traidor! No ves que te necesito para hacer mi tarea y que mañana tendré prueba de castellano y tú, el muy cobarde, me dejarás solo en esta batalla.

Juanito terminó muy agotado luego de buscar su lápiz, durmiéndose junto a Centauro, quien fielmente lo había acompañado en esta fracasada misión. El amigo, se sentía muy incómodo por esta derrota. Pero de todas formas estaba orgulloso de haber participado y de cargar con el cuerpo de su general ahora que descansaba.

Fue hace un año cuando Centauro conoció al general. Lo trajo el tío Willy, desde el norte. El general a penas lo vio, supo que serían muy amigos. Agradeció al tío el gesto cariñoso que había tenido en éste su décimo cumpleaños y se llevó a Centauro a la ceremonia de bautizo.

- Yo, Juanito Inostroza Arriagada, en virtud de mi alto rango, te nombro mi oficial mayor.

Con la espada que le regalaran para navidad dio el espaldarazo que hacía de Centauro un oficial de grado mayor. Desde entonces se dieron a la tarea de resolver juntos cualquier problema que tuvieran. Así, por ejemplo, Juanito ayudaba a su oficial a lucir como su grado lo ameritaba, bañándolo dos veces por semana y luego cepillando su pelaje cuidadosamente. Y cuando tenían hora con el médico, ambos se acompañaban y no se separaban hasta que el doctor decía que debía uno esperar afuera. Entonces valientemente cada cual soportaba el pinchazo medicinal del señor de blanco.

En otra ocasión, unos niños quisieron pegarle a Juanito y el oficial debió socorrerlo dejando al enemigo con rasguños, la ropa descosida y un gran susto. Pero ahora no habían tenido el mismo éxito. El lápiz no aparecía y el general estaba durmiendo.

Centauro conocía muy bien las reglas de subordinación que sólo le permitían acatar las órdenes de sus superiores, salvo que hubiera alguna situación de fuerza mayor. Eso es, ésta podía ser una de esas situaciones. Si tuviera éxito, sería doblemente condecorado, pero de lo contrario, tal vez lo sancionarían.

Lentamente Centauro se arrastró dejando caer suavemente el cuerpo de su general sobre la alfombra. Alcanzó la puerta y comenzó a cumplir él solo, la misión que dieran por perdida.

Luego de dos horas de intensa búsqueda seguía recorriendo cada extremo de la pieza del general. Su buen olfato le decía que estaba en el sitio indicado. Pasó junto al closet, el escritorio y se metió debajo de la cama. Ahí encontró tres calcetines, cinco bolitas, dos pelotas de tenis y tres autoadhesivos de álbum. Todo esto ya le hacía merecedor de una condecoración, pues hace días que el general se quejaba de haber perdido estos objetos. Centauro estaba muy contento, pero luego vio algo que le alegró aún más. A la altura de la cabecera un puntito azul asomaba en medio de unos papeles blancos. No dudó un momento y como pudo llegó hasta ese lugar, Con su hociquito movió los papeles y apareció ante sus ojos el objetivo buscado. Era el lápiz azul. Cómo llego ahí era imaginable, pero cómo lo sacaría y cómo saldría de debajo de la cama era impensable. Sin embargo todo lo que iba tenía que volver. Centauro tomó en su hocico al preso y lentamente comenzó a retroceder para salir de la cama.

Cada movimiento debía ser preciso para no quedar atrapado o dañar las pertenencias del general que por ahora debían esperar. Lo primero era el lápiz, luego vendrían los otros tesoros.

Un poco más y ya estaría libre corriendo hacia el lugar donde había dejado al general. Pero de pronto una voz familiar lo dejó paralizado:

-¿Qué hace aquí Centauro? ¡Juanito, ven a sacar a tu perro!. Mira cómo tiene esta pieza, toda patas arriba. ¡Juanito, ven a ordenar tu cuarto!

La mamá alzaba las manos y luego apuntaba cada rincón donde había algo botado. Sin duda, pensaba que Juanito había estado jugando con su perro y éste quedó encerrado, causando más desorden. No sabía que se hallaba frente a todo un héroe.

Juanito se despertó con los gritos de su madre y corrió hacia ella para saber qué ocurría. Al llegar a la puerta vio cómo Centauro se abalanzaba sobre él con un objeto en el hocico.

¡Centauro, lo encontraste! - Gritaba el niño eufórico, cayendo de espaldas con su oficial sobre él, que había roto todo protocolo frente a u superior.

No sólo había encontrado el lápiz, sino que también otros objetos, y estaba ileso. Es verdad que la voz de la mamá lo paralizó un momento; pero luego, sabiendo que su posición era vergonzosa, siguió arrastrándose hasta salir de la cama y por suerte, encontrar a su general para informarle el éxito de su misión.

- ¡Juanito, basta de jugar! ¡Ordena tu pieza!


El niño lleno de alegría calmó a su subordinado y pasándole la mano por el lomo le dijo en secreto que más tarde lo condecoraría y celebraría con él este gran triunfo.


- ¡Guau guau!- respondió Centauro, moviendo su cola alegremente, dispuesto a seguir las órdenes de su general todas las veces que fuera necesario.


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