El gato Omar se levantó muy temprano. Abrió su cochera y manejó el gatoauto hasta el supermercado. Ahí compró leche y una lata de atún. Éste era un día especial para él, y por eso quería tomar un buen desayuno.
Cuando llegó a casa fue directo a la cocina para preparar un plato con leche con chocolate y otro con trocitos de pescado.
-¡Ñau! ¡Ñau! ¡Qué rico está esto! –se dijo el gato Omar, lamiéndose el bigote.
-¡Hoy es mi día! Me voy a declarar a la bella Marina –añadió, lamiéndose las patitas delanteras.
Una vez que hubo de comer y acicalarse, porque los gatos no pueden dejar de hacer las dos cosas, se fue a su dormitorio para elegir el traje que vestiría en esta noche tan romántica.
Omar abrió su closet y deslizó sus pupilas por treinta ternos elegantísimos. No era un felino millonario, pero le gustaba comprarse ropa.
Luego de un buen rato, por fin se decidió. Estiró su patita derecha y cogió un hermoso traje azul.
-¡Con éste conquistaré a mi amada! –maulló emocionado Omar y se acostó en su camita para descansar. Le esperaba una larga noche.
Se miraron largamente, dilatanto sus pupilas y parándose las orejitas de ambos. Marina movió su colita, pero Omar no reaccionó. Se produjo entonces un silencio inesperado.
Por fin ella dijo: -Omar, ¿Cómo estás?
Y Omar contestó: -Miau.
-¡Omar! –repitió ella, algo molesta.
-Miau
-¡Omar! –insistió Marina-, muy enojada. Pero el gato volvió a repetir: -Miau
Entonces la pequeña dio media vuelta y saltó la cornisa diciendo: -No basta que vengas como un príncipe para que yo te quiera, Omar. También necesitas saber hablar.
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