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EL MUNDO DE LA SUPERFICIE (2001)


Lucila giró hacia la derecha dentro de su saco. Se arrulló para acomodarse mejor, pero nada resultó. Estaba segura de que en casa dormiría mejor. La madre de Basilio le había preparado un lecho muy abrigado, pero extrañaba su camita. No le agradaba el saco de dormir, aunque fuera acolchado. Contó entonces como le habían enseñado en la escuela: 1…2…3…4…5…6…7… ¡Hasta mil! Pero todo fue inútil.

Pasada media hora Lucila seguía retorciéndose dentro del saco. Quiero dormir -se decía, pero no podía conseguirlo. Inquieta comenzó a soñar despierta. A ver. ¿Qué es lo que más quiero en el mundo? –se preguntaba. Y la respuesta era: ¡Quiero conocer la tierra!

No era que ella fuera de otro planeta, sino que había vivido desde su nacimiento en el interior de la tierra. Sus antepasados habían cavado un túnel que les sirvió para recorrer las entrañas del planeta. Por eso cada año celebraban la colonización del mundo subterráneo. ¡Viva! ¡Hurra! –gritaban los gusanos y gusanas de la colonia, Alegres por haber mantenido durante tanto tiempo este espacio bajo la superficie. Allí no sabían de lluvias, derrumbes, bombas, autos, animales, ni acerca de los hombres. Somos muy felices -decían todos- ¡Viva nuestro mundo subterráneo!

A pesar de esto, Lucila quería conocer la tierra, es decir, la superficie de la tierra. Desde que nació había escuchado hablar del sol, de estrellas, de árboles que subían hasta el cielo, de animales enormes. Todo esto le llamaba la atención a tal punto que solía pasar días enteros imaginando cómo era todo aquello. Por eso sus insomnios aumentaban noche tras noche. No podía dormir de tanto imaginar. Sentía una comezón interna que no olvidaba hasta que se ponía a pensar. Anda al doctor -le habían dicho sus amigo, pero ella no quería. Ocultó entonces a sus padres su picazón y las noches de insomnios se hicieron comunes en su vida.

Basilio dormía a unos metros de Lucila. Tenía un saco de dormir verde bastante cómodo, pero los movimientos de Lucila y sus murmullos no le permitían conciliar el sueño.

Cállate Lucila y duerme -le decía una y otra vez desde que se dieran las buenas noches. Pero la amiga Lucila no se dormía. No te invito más -decía Basilio. Pero luego se arrepentía. Lucila era una buena amiga y le agradaba invitarla a su casa. A ella le contaba sus sueños, sus temores y juntos planeaban miles de aventuras.

A medianoche Basilio dormía profundamente, mientras que Lucila había salido de su saco de dormir. Afuera las paredes de los pasadizos se iluminaban con el resplandor de las antorchas que dejaran encendidas los guardias. Lucila temerosa por la oscuridad, cosa muy rara, porque nunca había visto la luz natural, se arrastró por los túneles, teniendo en mente una meta: llegar a la superficie.


Si sigo adelante y hacia arriba lo lograré –se decía, mientras arrastraba su cuerpecito.

A medida que avanzaba se sentía mejor. Su piel recibía mayor humedad y el aire parecía más liviano y limpio.

Ya lo lograré –se decía. Un poco más y llegaré a donde viven los hombres.

A las cuatro de la madrugada Lucila alcanzó la superficie. Ella no lo sabía, porque una gruesa capa de tierra la separaba aún.

Ya no puedo más –se quejaba Lucila. Todos mis esfuerzos son inútiles. Creo que fue una locura salir del saco de dormir. Pronto será otro día u no me encontrarán. Retarán a Basilio y saldrán a buscarme.

Lucila continuaba quejándose a la vez que avanzaba lentamente. De pronto, escuchó ruidos y sufrió una enorme sacudida. Se sintió elevada junto a la tierra que la rodeaba. ¿Qué pasa? –se decía asustada. Pero seguía subiendo sin detenerse. Nada podía hacer, sino esperar.

Al amanecer, la madre de Basilio preparó un rico desayuno para los gusanillos. Pero cómo sería su sorpresa al entrar en la habitación y comprobar que sólo uno de ellos dormía.

-¡Basilio! ¡Basilio! ¿Dónde está Lucila?

El pequeño gusano medio dormido miró a todos lados y con cara de sorpresa respondió a su madre:

-No sé. Anoche no se sentía muy bien. Estuvo dándose vueltas hasta tarde y a lo mejor… salió a recorrer los túneles.

La noticia de la desaparición de Lucila pronto corrió por toda la colonia. Se llamó a los gusanos guías para que salieran en busca de la pequeña gusana. Debían recorrer todos los túneles, formando un radio de rastreo. Tal vez Lucila se había quedado dormida en alguno de ellos.

-¡Esperen! –dijo Basilio. Tal vez…

-Vamos, habla ¿Qué sabes gusanillo? –dijeron muy serios los gusanos guías a Basilio.

-Yo… Yo creo que… fue a … la… su…perficie.

Los gusanos guías se enfurecieron con sólo pensar que un miembro de la comunidad hubiera pasado a llevar las normas de la colonia. Todos sabían que estaba prohibido acercarse a los túneles que desembocaban en la superficie.

Ella ha cometido una falta grave, sin embargo, habrá que rescatarla –dijo el gusano jefe. Puede estar en problemas.

A mediodía llegaron los gusanos guías a la superficie de la colonia. No había encontrado ningún rastro de Lucila.

¡Miren! ¡La puerta está abierta! –dijo uno de los guías.

Efectivamente, la única entrada se encontraba abierta, pero se veía que la había empujado desde arriba; por lo tanto, algo mucho más grave ocurría: alguien había entrado a la colonia. Preocupados, los guías dieron aviso al rey para activar el plan de seguridad, mientras ellos salían a buscar a Lucila.

-Yo creo que estamos equivocados, mejor regresemos, dijo uno de los guías.

Pero en ese momento vieron algo terrible. En la superficie se estaban realizando trabajos, al parecer se construiría una ciudad. Había unas inmensas máquinas haciendo hoyos por todas partes. La tierra era removida de un lado a otro. La entrada bien pudo haber sido violentada por estas máquinas, pero… ¿dónde estaba Lucila?

Una enorme palanca cargada de tierra arrojaba su carga en un camión. Luego éste la vaciaba en otra zona del terreno donde una máquinas la removían para limpiarla. Ahí se encontraba Lucila, siendo llevada de un lado a otro. Parecía feliz.

A pesar del sol que al principio no la dejó ver nada. Luego de un rato se acostumbró y vio ante sí todo ese mundo que siempre había imaginado. Era más bello y grandioso de lo que hubiera pensado. Y los colores, sobre todo los colores fue lo que más le gustó. Sin embargo, su posición no era muy grata. Cada vez era menor la cantidad de tierra en la que se encontraba suspendida y podía ver los extremos de la palanca que la levantaba. Entonces tuvo miedo.


¡Lucila! ¡Lucila! –le gritaron los gusanos guías, pero ya era muy tarde. Lucila había sido herida. Sin embargo, como un milagro de la naturaleza rápidamente comenzó a moverse muy inquieto el pequeño cuerpito de Lucila formando dos nuevos gusanillos. Al verlos, los gusanos guías no dudaron en tomarlo y llevarlos de vuelta a la colonia.


Basilio se hizo cargo de los pequeños. Los tomó como hermanos y decidió enseñarles la vida subterránea y también, aun que se lo prohibieron, hablarles del mundo que había en la superficie.

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