-Deja de comer.
-Un día de estos no vas a poder entrar a tu casa.
Olga había escuchado un sinfín de veces los mismos comentarios. Si bien al principio no hizo caso; con el tiempo, pensó que tal vez tenían algo de razón.
Abrió el hocico y le mostró los dientes para asustarla, pero la intrusa hacía lo mismo. Era su propia imagen reflejada en el espejo. Se veía enorme, más de lo que hubiera imaginado.
-No puede ser, se dijo la pobre Olga. Debo encontrar una solución para esto.
Olga sabía que tenía muchos amigos y que todos en el bosque la apreciaban, pero hace tiempo que no la invitaban a las fiestas, ni siquiera sus vecinos más próximos. Nadie quería sentarse con ella ni sacarla a bailar. Todos le hacían bromas pesadas. Entonces decidió hacer algo para cambiar esta situación, adelgazar.
Las llevó a su guarida y se encerró durante cuatro semanas para probar cada una de las máquinas hasta hacerse una rutina diaria de ejercicios.
Transcurrió el segundo mes y los animales del bosque comenzaron a sospechar que algo ocurría con Olga.
-Tal vez está enferma.
El zorro, que había visto a Olga llevar desde el río a su casa objetos enormes y pesados, espío a la osa y se enteró de su secreto. Entonces, le propuso a cambio de su silencio que se hicieran socios.
-¿Cómo? ¿En qué podemos asociarnos?
-En un gimnasio, querida amiga. Tú pones las máquinas y yo traigo la clientela.
El zorro muy contento con su negocio invitó a la osa a salir para promover el gimnasio. Estaba seguro de que al verla todos querrían hacer ejercicio. Pero en su recorrido por el bosque los animales extrañados los miraban y se preguntaban quién era el animal que acompañaba al zorro.
-Soy yo amigos, la osa Olga.
-¡No, mientes! Tú no eres una osa, y menos Olga. Nuestra Olga es grande y gorda y tú te ves muy delgada.
-¿Quién eres?
-Una osa, respondió Olga, sin atreverse a decir su nombre.
-¡Mentira! ¡Las osas no son como tú! ¡Dinos la verdad!
Los animales la rodearon y con ojos amenazadores la acusaron de ser una intrusa.
-¿Tú no eres una osa! Eres uno de esos animales de laboratorio que crean los humanos.
-¡Sí, eso eres! ¡Vete de aquí! ¡Fuera! ¡Fuera!
-Soy… soy… Pero no pudo continuar, el zorro la tomó del brazo y se la llevó corriendo de ese lugar.
-¿Qué haremos ahora? –preguntó Olga al zorro.
-Seguir con nuestro proyecto y olvidarnos de esos tontos.
-No, aquí termina nuestra sociedad, dijo Olga, dando un puñetazo al zorro quien cayó de espaldas. Ya me cansé de escuchar a los demás.
Olga se fue a su casa y guardó las máquinas en sus respectivas cajas y estuvo todo el resto del día llevándolas al río. Allí, en el mismo lugar donde las encontró las dejó tiradas.
-A mí no me sirven. Yo soy una osa y debo estar contenta de serlo. Espero que a alguien más le sirvan esos aparatos. Yo quiero seguir siendo la osa Olga. Así afirmó y se marchó a su casa a cocinar un pastel de ciruelas.
Mientras e iba, una lancha pasó cerca de la ribera. Al ver las cajas se detuvieron asombrados.
-Sí, la dueña va a instalar con ellas otro gimnasio. Con el primero le ha ido muy bien.
Los hombres felices dieron la vuelta y se fueron río abajo para informar del hallazgo..
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